26 octubre 2010

El opio de los pueblos



Ayer, a eso de las 8 de la mañana, un revuelo de gente rodea a alguien de saco marrón y jeans claros que va por la vereda de una avenida porteña; saludándolo, palmeándolo o acercándosele con un comentario. A esa hora, más de 10 personas fuera del ámbito del transporte público, es un revuelo.

   Me pregunto si es un rolling stone o una estrella del Bailando… y descarto de inmediato la idea del político. San Nicolás no es barrio afecto a la política.

   Espero, y me sorprendo al ver, desde la vereda de enfrente, que del tumulto emerge el técnico de River, Ángel Cappa. Lo veo irse, siguiendo con los saludos, entre apretones de manos y gestos hacia las bocinas. Subo a mi trabajo y se lo cuento a los futboleros de la oficina.

   Siete horas más tarde salgo un rato antes, apurado por un trámite. Cruzo, mi diariero me demora con algún comentario político y casi me choco con el flaco alto que me arranca un “grande, Angelito, un maestro”. Cappa baja la cabeza, sonríe, dice “bueno, gracias, gracias” y se saca la timidez con tres palmadas fuertes en mi homóplato.

   Mientras le cuento al diariero quién era y que esa mañana también lo había visto de lejos, lo perdí de vista. A modo de excusa, de esas que nadie pide, le doy razones para mi cholulismo.

   Me acuerdo de José María Aguilar en la presidencia, de la lista de estrellas surgidas del semillero, a pesar de cuyos pases al exterior, el club terminó en la ruina (D’alessandro, Cavenaghi, Mascherano, Demichelis…). Me acuerdo de los Schenkler, de Daniel Pasarella en su peor faceta, la de técnico. Me acuerdo de la ropa del Cholo Simeone y de la esposa y del bañero; de la tibieza europea del chileno Manuel Pellegrini y del Pipo Gorosito.

   Me acuerdo de Tuzzio y de Ameli, de la suerte que no tuvo el Ogro Fabbiani y de la inexperiencia del negro Astrada para manejar grupos, empezando por el caso Ortega.

   “Tantos años esperé que River dejara de ser un papelón y volviera a jugar más o menos al fútbol, que a este tipo lo banco aunque la AFA lo bombee hasta el final y no saque un sólo resultado”, le dije al diariero. “Yo a Ramón, su menemismo, sus negociados, su pelea con el Diego, su cercanía con el lado malo… no lo quiero”, le aclaro, “pero, desde que se fue él que River no jugaba ni parecido a River, ni lo intentaba, hasta la picardía fue perdiendo”.

   También pensé en la parte de la hinchada y de los socios, celebrando a cada nuevo DT, indiferentemente de sus ideas y propuestas, para defenestrarlos invariablemente un mes después, en lo tremendamente poderosa que es la maquinaria del negocio y la facilidad con que se intoxican con cualquier noticia, en la desesperación por ir palpitando el fútbol y olvidarse del trabajo; pero no dije nada de eso.

   Llegó un joven y el diariero dijo “uh, mirá, este es otro de los arrepentidos de Pino”. El pibe, con barba y saco gris, se rió y quiso devolver la chicana, pero mi diariero se puso a contarme a los gritos que el otro había votado a Solanas. “Terminala, no me hagás acordar”, reclamó clemencia.

   Ví venir el colectivo, saludé rápido y troté hasta la parada.

   Conseguí asiento en el fondo, pero no podía dejar de pensar en qué piensa la gente, cómo elabora sus opiniones, cuáles son sus procedimientos para decidir el voto, el colegio de sus hijos o una frase en la feria… en fin, tengo tres inmensas dudas pesadísimas, culpa de Cappa:

1. ¿Son mayoría o minoría quienes suscriben o rechazan, eligen o descartan, benefician o perjudican; casi sin tomarse el menor trabajo de reflexión?

2. ¿Son más felices quienes perciben los elementos, los analizan y luego producen conocimiento, o aquellos que anteponen prejuicios, intereses, coincidencia con grupos afines, etc., catalogan los objetos en función de ello y luego producen los argumentos que sostengan tal o cual postura?

3. ¿Cuáles toman mejores o peores decisiones?


No hay comentarios.: